viernes, 29 de mayo de 2009

La Iglesia se quema desde dentro

No ha sido una semana afortunada en lo que a comentarios de eminencias eclesiásticas se refiere. "Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal". A esta perla firmada por Ricardo Benjumea, redactor jefe de Alfa y Omega (publicación del Arzobispado de Madrid, suplemento de la edición madrileña del ABC de los jueves) se une la del español que más arriba se sitúa en la jerarquía de la Iglesia: el cardenal (miembro de la Curia Romana) Antonio Cañizares que afirma que "no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios" (en referencia a los abusos a menores perpetrados por representantes de la Iglesia en Irlanda entre los 50 y los 80) con "los millones de vidas destruidas por el aborto". No se resigna a quedar insatisfecho tras esta 'bomba' y añade que el aborto "ha destruido legalmente más de 40 millones de vidas humanas, cuando la legislación debería dar apoyo a los derechos y la justicia".

El primero demostró su dominio para el símil en su revista y el segundo impartió su magistral lección de dialéctica en una entrevista que TV3 le hizo el día 27 de mayo, aprovechando que el equipo estaba en Roma para cubrir la final de la Champions League y que el también Arzobispo de Toledo entiende el catalán, al haber nacido en Valencia.

"El primer derecho es el derecho a la vida". Es el argumento que usa su Eminencia para condenar el aborto. Pero parece que ahí queda todo, que la vida es suficiente regalo como para preocuparse por otras minucias como que 25000 niños (obviamente no abortados) sean víctimas de abusos, según una estimación realizada por la República de Irlanda, y solo en este país de 4 millones de habitantes (lo que quiere decir que uno de cada 160 irlandeses han sufrido esta religiosa barbaridad). Muchos de ellos, seguramente, se hayan planteado autoinfligirse el aborto con efecto retroactivo y/o deseado que se aplicara a sus agresores.

Vivir es un derecho y no puede ser transformado en una condena. La vida es una condena cuando alguien es obligado a mantenerla contra su voluntad (su voluntad, su vida, debería ser). Asimismo, la vida es una condena si la situación en la que se nace no es buena (este hipervínculo es un buen ejemplo). Si alguien sabe a ciencia cierta (o lo cree muy probable) que no va a poder criar adecuadamente a su progenie (y con esto no se hace una referencia únicamente al nivel económico, ya que la pobreza no tiene por qué ser un impedimento para una educación aceptable), no solo debería tener el derecho a abortar, sino también la obligación moral (si es que eso existe) de hacerlo.